Por Margarita Meneses
Desde pequeña me críe sabiendo la existencia de un ser superior, pero era alguien tan lejano para mi, no solo por las circunstancias que me rodeaban, si no porque no lo entendía y no conocía nada de el.
Toda mi adolescencia y parte de mi adultez busque llenarme de diversas cosas… amistades, deporte, fiestas, alcohol, sexo o simplemente de cualquier cosa que provocara en mi satisfacción y momentos de felicidad.
A la edad de ocho años me diagnosticaron epilepsia focal, por lo cual estuve en tratamiento hasta los quince años, sin ver resultados favorables, ya que las crisis seguían siendo parte de mi vida, un tratamiento que me habían dado los doctores de por vida. El médico tratante en una oportunidad fue bien categórico conmigo ” si dejas el tratamiento serás una retardada mental en tu vida adulta, además de los trastornos en el habla que tendrás”, por lo que decidí continuar, pero al ver que las crisis seguían, a pesar de los medicamentos, lo volví a dejar. Me resigne a ese diagnostico y seguí mi vida.
Mi mama siempre me decía, “confía en el Señor, el hará en su tiempo”, palabras que solo traían consuelo momentáneo.
A la edad de veintiocho años, conocí a un hombre, quién dos años después fue mi esposo, el me aconsejo que retomara el tratamiento, para que cuando tuviéramos familia, la epilepsia no fuera transmitida a nuestros hijos. Retomé el tratamiento al poco tiempo de habernos casado, pero surgieron muchas diferencias entre nosotros, y nos separamos.
Esto me llevo a refugiarme mucho más en el Señor, ya le había recibido como mi único y suficiente salvador, Dios sin duda había tomado mi vida para transformarla.
Al poco tiempo de mi separación, mi padre fallece de una manera muy trágica, lo que provoco en mi un quiebre emocional muy fuerte, cayendo en una fuerte depresión. Mis crisis de epilepsia fueron más frecuentes, comencé a sufrir crisis de pánico y síntomas sicosomáticos.
Sentía que moría lentamente, que no iba a poder salir de ese estado tan angustioso, oraba al señor y le pedía que me fortaleciera y que restaurara mi vida y mi salud para poder salir adelante, sin duda fue un largo camino que tuve que atravesar, pero también de mucho aprender.
Pero el señor tiene todo bajo control, comencé a visitar a una pastora en la comuna de El Monte, el Señor usó a esta mujer para enseñarme cosas realmente grandes y sorprendentes que jamás pensé que existieran.
Comencé a crecer en la fe y en la convicción de que desde el momento en que recibí a Cristo como mi único salvador, el ya me había sanado, sólo debía apropiarme de las promesas que mi Padre Celestial me daba a través de su palabra. La Pastora me explico que esas crisis eran artimañas de satanás para tenerme atada, que eran espíritus malignos de temor, me enseño a usar la palabra de Dios para vencer cada vez que quisieran golpear mi vida.
“No temas porque yo estoy contigo, no desmayes porque yo soy tu Dios que te esfuerzo, siempre te ayudare siempre te sustentare con la diestra de mi justicia” – Isaías 41:10.
Experimenté la palabra del Señor cada día en mi vida y fui poderosamente restaurada.
Ya llevo mas de dos años sin medicarme, no he sufrido crisis de ningún tipo, ahora disfruto de una vida nueva en Cristo Jesús, se cual es mi identidad como hija de Dios, sé que no hay nadie que me ame como Él, y que jamás me fallara. Lo mejor de todo esto, es que sé que es solo el comienzo de grandes cosas, mi esperanza esta puesta en Él. Lo que Dios pudo hacer en mi vida también lo puede hacer en ti, solo cree y el hará.
¡Que Dios te bendiga!